Como han de saber, estoy a punto de cumplir 39 años de edad y me siento contrariado. Detesto la incongruencia, así que no me salgan con esa perorata farisáica de que "El que no trabaja, que no coma". Muchas veces he prescindido de probar bocado para cumplir con mi deber, tanto en la escuela con mi trabajo. He llegado al extremo de anteponer mi trabajo por encima de todo y de todos. No será la última vez que lo haga.
No le temo al fracaso. Me temo a mí mismo cuando me siento fracasado. Desde la última vez que perdí mi empleo -renuncié, jamás me han corrido- me deshice de otras cosas para preservar mi dignidad. El trabajo dignifica al hombre, pero si te vuelve indigno, no vale la pena permanecer allí.
No le temo a apretarme el cinturón, la austeridad no ha sido ni buena ni mala para mí, sólo ha sido una aliada en momentos difíciles y a través de ella, Dios me da la creatividad para volver realidad mis sueños, los cuales veo derrumbarse día tras día desde el obscuro rincón de un archivero.
Las nubes han sido testigo de mis apuros: blancas, grises... mis zapatos se desgastan todos los días recorriendo las calles ¿qué mas da? ¿De qué sirve andar si no hay un rumbo definido? o peor aún ¿por delante tienes el precipicio?
A partir del lunes comienza una batalla por mi integridad como individuo, no soy de los que atentan con su sustento, pero ésto es la guerra. Seré más combativo en este blog, me aferraré a las cosas que me gusta hacer en el poco tiempo que quede libre. Ya estuve en el pozo de la desedperación y no quiero volver adonde Dios me ayudó a salir.