Me anticipo a escribir este texto porque no sé qué tan ocupado estaré al final del mes. Pero es menester poner en claro la manera como pienso respecto a la próxima jornada electoral.
Lo primero que debo poner en relieve es que me considero apartidista, lo cual me parece una ideología política respetable aunque unos no lo entiendan y me acusen de falto de conciencia, a quienes les respondo que una cosa es pensar así y otra cosa es cumplir con tu deber cívico, en este caso, emitir tu sufragio.
Por la razón antes citada, no he dado a conocer mis simpatías hacia ningún candidato, antes los he pasado por un riguroso tamiz, puse a las encuestas en entredicho, los anuncios me parecen ya inefables. Si me place, les diré después de comicios a donde incliné la aguja.
Por lo pronto, podemos reflexionar sin tanta propaganda ni publicidad revoloteando como cucarachas sobre nuestras cabezas. Lo de reflexión para mí es un decir, pero qué más se puede hacer. Repito por enésima vez que la saturación de datos crea hartazgo cerebral y la mente inutiliza los mismos.
Puede sonar paradójico, pero en medio de mi apartidismo, les digo a los anulistas que eso de dejar en blanco la boleta no le hace a los políticos ni cosquillas. Si queremos evitar otra impugnación, el próximo 1ro. de Julio, como buenos mexicanos, podemos desafiar a las matemáticas.
Mi pequeño círculo de lectores se preguntará ¿De qué manera? sencillo: Votando y haciendo que quien sea el triunfador gane con un porcentaje alto y no por una mediocre mayoría relativa que traducida en números equivale al 51%.
Es difícil pedir que el voto sea razonado porque no somos robotitos de carne. Tenemos razón y emoción e inevitablemente cargamos con eso cuando cada uno de nosotros esté en la intimidad de la mampara y marquemos nuestra elección. Aunque lastime mi piel, mi pulgar lucirá la tinta indeleble que confirma mi participación ciudadana.
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