En estos momentos me pongo a meditar en un fenómeno que puede obnubilar la creatividad y la iniciativa de un mexicano: que cuando hace algo, si no innovoador, sí ingenioso, se le toma como un atentado a lo ya establecido.
Claro, no lo digo como regla general, pero para explicarme mejor, les contaré una anécdota de mis tiempos de escuela primaria, es la primera vez que lo relato:
Hace 22 años, yo cursaba el quinto año. Como ustedes saben, siempre se encarga de tarea la monografía de algún personaje histórico -sí, de esas que parecen estampitas-, la verdad no me acuerdo quién era, pero me encargaron una de esas para transcribirla a mi cuaderno.
Llegué de la papelería, y sin querer me di cuenta que había comprado dos cromos del mismo que pedí: entonces se me ocurrió utilizar ambos: uno lo usé para copiar a mi libreta y el otro lo recorté para darle una presentación, según yo, pulcra y ordenada.
Para el día lunes, tenía lista mi tarea, mis compañeros uno a uno les revisaron sus trabajos, mientras esperaba mi turno.
Luego seguí yo, llevaba mi tarea en mano y cuando la profesora la tuvo en su poder, frunció el ceño. Sin siquiera averiguar, me reclamó que hice mi tarea por otro medio -léase, otro libro-, yo le expliqué que sí lo tomé del cromo que nos encargó, pero que lo recorté por los bordes para que se viera mejor, para demostrarlo le enseñé la "estampita" que me sobró.
Entonces ese arcaísmo de la pedagogia me sentenció: "no vuelvas a hacer tus tareas de ese modo". Tal vez pensó que me quería hacer el interesante o algo así. No entendía eso, pero una cosa me quedó clara: Si no hacía mi tarea, es malo; si la hacía lo mejor que podía, peor.
Con el tiempo pude aprender dos cosas: que no se le puede dar gusto a todos y que no siempre se trata de cumplir con sus deberes, sólo haciéndolo con entusiasmo, cualquier comentario mal intencionado solo sirve como indicador del progreso.