No es tarde para estar contento. No es anormal percibir una nubecita grisácea interponiéndose en la felicidad propia; lo que pasa es que, como les conté en una entrega anterior fué más la cautela enfundada en un ceño, que la felicidad paseándose en una sonrisa. El típico mecanismo de defensa de alguien que ingresa a trabajar.
Pero esa sonrisa que peleaba con mi ánimo adusto, paulatinamente lo hizo ceder -alguien tenía que hacerlo- y poco a poco se apeó en la estación de trenes de la esperanza; una esperanza prematura por la intromisión del fin de semana. A las dos de la tarde del viernes, escuché -por primera vez en este año- Esa dulce canción: "puede pasar a firmar su póliza".
Como que no daba crédito, pero estaba ahí, deseosa de recibir mi oscura rúbrica al igual que el recibo que le acompañaba. De pronto mis labios inevitablemente enarbolaron la bandera de la alegría en el firmamento de mi faz.
Posterior a ello, fui a saldar una cuenta pendiente de teléfono, a recargar de tiempo aire a mi celular.Me comí con cierta fruición un hot dog, que ya tenía rato de no degustar uno.
No obstante, voy a flexibilizar mi plan de austeridad racionando mi gasto.
Pero bueno, todo por pasos, ya puedo contemplar mejor el horizonte.