Ayer fue el día de la libre expresión, también asignado para los que estudiaron comunicación en cualquiera de sus tres niveles (en mi caso, licenciatura) y les quiero compartir algo que no había podido por falta de tiempo.
Hace como cinco años, mientras comía en la cafetería al lado del patio de una escuela secundaria, me toca ver la fiesta de los alumnos de secundaria. Fiesta, comida, sonrisas, todo iba bien hasta que el DJ que ponía la música indicó el final con las tradicionales "Golondrinas", entonces todos los muchachos fueron atacados por la melancolía y comenzaron a llorar desconsoladamente, abrazándose mutuamente, escribiéndose notitas en las camisas, prometiéndose ponerse en contacto.
Es motivo de alegría para mí, que en pleno siglo XXI, con celulares, redes sociales, el ahora vetusto correo electrónico y aplicaciones para comunicarse mejor, uno se sienta agobiado porque se acaban de golpe, como en el caso de estos chicos, tres años de estudiar y convivir casi a diario. Significa que aún hay esperanza, que nuestro instinto no ha sido rebasado por la tecnología, que como seres vivos necesitamos interactuar con nuestros semejantes.
Sigue vigente la conclusión a la que llegué cuando egresé de la universidad hace 16 años: que a pesar de todas los inventos para acortar las distancias: correos, teléfonos, telegrafía, interfones, faxes, teletipos (antecesores del internet), radios de banda, celulares, correos electrónicos, redes soicales, el proceso de comunicación ideal, si no perfecto, es el que entablamos cara a cara, de persona a persona. entendiéndonos y generando empatía.
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