Mi apreciable y reducido círculo de lectores han atestiguado a través de mis textos en el blog sobre los embates que he sufrido en aras de ampliar mis horizontes. Dice un proverbio que dos son mejor que uno y la pregunta de quién levanta al que se cae se responde constantemente.
Ya conozco los síntomas de dejarse llevar por ese tobogán de la espiral descendente. Ya se me dejó de antojar esas tardes donde me encerraba en una pequeña cocina para poner mis pensamientos en orden o de plano dormir replegado a las paredes. Decidí no hacerle caso a esa clase de soledad que a la larga es nociva.
He recuperado mi tiempo libre y he aprendido a usar esos nobles cajeros porque llegará el día que va a cambiar para bien muchas cosas. He recibido planes de acción y no sólo consejos. Decidí que voy a trabajar como si fuera el primer día o el último pero ya no volveré a poner el corazón, el hígado, los riñones ni ninguna otra víscera en aras del deber -la última vez perdí el habla durante 4 horas-. Las muestras gratis se agotaron y no, no lo siento mi tanto así.
En un submundo donde profesionistas soberbios se enojan porque no te les dirige por su título académico les tengo una noticia: que yo también soy profesionista y ante la ley mi cédula es tan legal como la de ustedes y no pido pleitesías para mí, pero sí voy a luchar por lo que me pertenece.
En un país donde a un ser de 4 décadas lo condenan a la mediocridad de una oficina, le voy a demostrar que esa clase de vida no es para mí. Nunca he sido conformista y aspirar a más no es pecado ni delito. Va a ser difícil pero, Dios mediante, sé que lograré.