Yo puedo entender que la ciudadanía esté molesta de manera casi perenne, y cualquier cosa que implique un acto de injusticia es como arrojar gasolina a la fogata, en un inútil afan por apagarla.
Entre esos reclamos alguien, en las redes sociales, se le ocurrió la propuesta de que los partidos políticos renunciaran a la jugosa partida que recibirán para realizar sus campañas electorales.
Entonces sucedió algo que me volvió suspicaz: varios partidos políticos estaban dispuestos a destinar porcentajes de un dinero que ni siquiera tienen en las manos.
Y una semana más tarde, empezaron las habladas disuasivas: que destinar esos recursos en rubros diferentes al destinado es anticonstitucional (todavía dudo si en el centenario de la Carta Magna me congratulo ó le doy el pésame), razón de más para echarse para atrás de las agrupaciones políticas legalizadas.
No van a dar ni un peso, ni del erario ni de su propio bolsillo, ya lo sabía; pero no me importa: que se guarden su altruísmo. Entre menos les debamos mejor. No nos lo vayan a reprochar en un futuro no tan remoto.