Vivo en un país donde al menos apto lo ponen de jefe y al más preparado, con todo y su título universitario, lo tienen como "peón de oficina", con el futuro incierto y las ilusiones rotas.
En ese mismo país, son capaces de obsequiar televisiones digitales para mantener distraída a la gente, en lugar de inyectar presupuesto a las televisoras públicas para difundir arte y cultura.
También son lícitas las uniones con empresas que no ofrecen un servicio honesto y en contubernio con el banco, pueden hacerte creer que tu realizaste una compra cuando a todas luces robaron tu identidad y falsificaron tu firma. También, como en novela de Orwell, la institución que debería defender a los cuentahabientes por las arbitrariedades sufridas, se pone del lado del banco, desestimando tu querella.
Vivo en un país al que le importa poco la necesidad de las personas y la filantropía apesta a su antónimo. Una nula compasión encapsulada en frasesitas tontas y justificaciones absurdas que sólo abren más la herida.
Vivo en un país donde cada quien quiere defender su postura, pasando por encima de quien sea. Donde a gente prepotente, que ni siquiera tiene influencias sino que se amparan en sus costosos fetiches, les llaman socarronamente "Lords" y "Ladies" y no son más que tipejos con poca educación y modales.
En ese país, todo es posible, con dinero o con dádivas. Es posible hacerte pagar muy caro tu poder de decisión. Si no con sangre, con níquel o si no, tu dignidad o tu salud.
Para terminar este lamento, tomaré prestados los versos de Alberto Cortez: "Yo no sé si es inocencia/ o es conformismo a ultranza./ O simplemente insolencia/ Por exceso de confianza". Pero qué hacerle: vivo en un país donde es más caro quejarse que aguantarse.
Por todo éso: México, no me dueles. Me duelen las estupideces que hacen contigo y en tu nombre.
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