Me he puesto a meditar desde hace varias semanas sobre varias cosas que he visto en mi andar diario y he llegado ala conclusión de un origen o alimento de eso que llamamos corrupción. Podemos culpar que nacimos y nos criaron bajo un sistema o un gobierno así y cruzarnos de brazos con resignación.
Pero lo cierto es que ese sistema se alimenta de pequeñas cosas: cuando en una oficina buscas a un amigo o conocido para que te ayude a agilizar un trámite, o cuando le pides a tu pariente que trabaja en alguna tienda para que te de un precio más bajo como si fuese el dueño. Y hay gente más descarada: quiere que se le atienda en un banco sin turno y pasando por encima de los derechos de los que se someten al procedimiento interno, y ni siquiera tienen que estar presumiendo cargos públicos o ser hijos o amigos de alguien importante, son gente común y a corriente que quiere hacer lo que se le da la gana.
A veces no necesitas ser rico para pretender comprar el favor de una autoridad: por el lado del servicio público si el funcionario pide un dinero no contemplado por tarifa es cohecho, si lo ofrecemos nosotros los cudadanos es soborno. Llamemos a las cosas por su nombre.
También hay corrupción cuando piensas que una persona de bajo rango en la escuela o el trabajo deba agauntar abusos. Cuando un profesionista piensa que merece pleitesía por su título profesional; éso no sólo se da entre burócratas.
Mientras no sepamos conformarnos con lo que nos corresponda y sepamos luchar por nuestros propios anhelos y no por los sueños ajensos, jamás cesará la corrupción.
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